Durante años mi madre y yo tuvimos el habito de pelearnos prácticamente por todo, los detonantes cambiaban pero el trasfondo siempre era el mismo. Cuando mi padre vivía con nosotras su decreto siempre era el mismo... -Incompatibilidad de sangrados- decía él desenfadado...
Total, los problemas eran nuestros, él no tenía necesidad de llamar nuestra atención, además de que es parte fundamental de la masculinidad justificar los conflictos femeninos con causas hormonales.
Luchamos por dominar, por tener la razón, porque alguna de las dos cediera y la otra pudiera sentir que ganaba, pero siendo madre e hija tan parecidas eso no pasó hasta que fuimos capaces de aceptarnos y tomar la decisión de separarnos; ella me apoyó y yo conseguí el departamento 10.
Ambas somos lloronas, así que fue inevitable el lloriqueo mientras nos despedíamos con la mudanza en la puerta, y no es que me haya mudado muy lejos, pero… qué haríamos sin reñir entre nosotras diariamente, sin atacarnos frenéticamente para consolarnos más tarde en un abrazo interminable…
Después de siete meses sobrevivimos al cambio y aunque diariamente nos extrañamos con locura creo que finalmente estamos de acuerdo en lo rico que es querernos sin reñirnos…
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