viernes, diciembre 09, 2005

La hormiga

En el aire las palabras parecen más grandes. Las letras se desploman desde sus labios hasta el fondo de mis pupilas, las primeras caen en orden y las últimas se acomodan en el iris; es ella quien pregunta si quiero que me cuente un cuento...

¿Un cuento? Me maravilla ver como se disuelven en las sábanas y recordar como se rehacen en mis sueños, pero... ¿y si es otro cuento de la hormiga?. La miro fijamente, con los ojos bien abiertos, mientras dilucido si realmente quiero escuchar una historia más de esa perturbadora hormiga...

Ese insecto plagiador que conoce mis movimientos más sórdidos, mis berrinches más dramáticos, y que al final de cada historia practica a la perfección cada una de mis malas mañas; el día que me niego a comer verduras el insecto se atreve a privarse a si misma de su gusto nato por los alimentos verdes, igual que el día que no quiero levantarme para ir a la escuela, la hormiga maldita incordia a su madre-hormiga, desafiando impúdica su naturaleza workaholica, quedándose ella también bajo las sábanas.

Con los años la hormiga ha dejado de plagiar mis malas mañas para participar en los protagónicos de los cuentos de mi madre, pero aun así ella me sigue llamando hormiga cada vez que la miro fijamente con los ojos bien abiertos como aquellas veces.


miércoles, diciembre 07, 2005

Conversación de bolsillo

-Mira hija, me encontré un par de diplomas de la primaria
-A verlos má
-Primer lugar en dibujo, tercer lugar en moral
-jajajajaja, te digo, no se hurta se hereda...

martes, diciembre 06, 2005

En cama...

Después de varios días en cama confirmo que tenderla no es una de las actividades en las que mejor me desenvuelvo, mucho menos es alguna de las que más me estimula, y aunque no tengo ningún empacho en reconocer que encuentro mucho más satisfactorio deshacer lo tendido, debo admitir que poner un juego de sábanas limpias en mi cama es un gusto parecido al que me provoca escribir o dibujar sobre una hoja de papel virgen.

Conozco gente que se jacta de ser el mejor para tender camas, personas que estiran tanto las sábanas, que con un juego de cama individual son capaces de tender una matrimonial; sádicos sujetos que gozan el extraño placer de doblar con exactitud las telas sobre las mantas y de sacudir con fuerza las almohadas para que al final, después de tanto golpe y tirón, terminen el ritual acariciando el colchón en busca de cualquier arruga que persista en la necedad de su existencia.

La excitación que me provoca deambular entre los pasillos de blancos ha alimentado mi creatividad desde niña; entre tantas telas de colores y texturas disímiles era fácil decorar mis inmuebles imaginarios. Hoy las fantasías de blancos han cambiado, pero la esencia sigue siendo la misma; cada sábana se convierte en una narración corporal que puede originarse bajo mis pies y terminar entre tus piernas trazando sueños y transcribiendo conversaciones que aún no existen.

Soy incapaz de dormir en una cama que tenga un olor ajeno, considero impropio escribir historias en lechos extraños y por supuesto me regocijo de reencontrarme con mi olor entre las sábanas antes de dormir. Durante veintiséis años mi cama sólo guardó el aroma de mis monólogos nocturnos, ahora las cosas han cambiado, ya no caben mis faltas de ortografía bajo tu espalda, ni mis errores de sintaxis entre tus brazos; aquellos monólogos incoherentes han encontrado una respuesta nocturna que los ha sublimado hasta la categoría de diálogos, diálogos en los que si bien permanece la locura también prevalece la correcta escritura.

viernes, diciembre 02, 2005

¿Ella?, sagaz y descarada. ¿Y yo...?

La última vez que la vi cabalgaba uno de los quinientos mil camellos imaginarios que trajimos del Cairo. La llamé por su nombre, agité las manos y brinqué lo más alto que pude para llamar su atención, todo parecía inútil hasta que en algún momento entre mis gritos y mis saltos ella me miró. Sarcástica se limitó a despedirse de lejos; sí, la muy cabrona se largó así nomás, sin decirme nada, sin dejar una nota, vamos, nada de cortesía de su parte, sólo me dejó el recuerdo de su silueta balanceándose al galope del camello.

Yo, estupefacta viéndola alejarse de mí y ella, oronda cabalgando el horizonte. Sagaz y descarada, así se me fugó la soledad en el mejor de mis camellos; se largó montando aquél que tenía nombre de sultán y porte de faraón, aquél que guardaba las mejores nubes entre la silla y la joroba, el que se camuflaba en la arena sin problemas y lo que más me duele; el que contaba las mejores historias al oído.

Aún no descifro si fue un arranque de celos o puritito capricho el que le pegó, porque mira que largarse así, sin dejarme una invitación a la fuga o mínimo una carta con fecha de regreso es una falta de consideración imperdonable.Tanto presumir su buen gusto para que al final haga los mismos berrinches que hacemos todas las féminas cuando nos da por gritonear: "denme mis muñecas que yo ya no juego"; aunque aquí cabe la aclaración de que los camellos no eran suyos y la muy gandaya a cambio no me dejó ni sus muñecas.

Y así me quedé, en medio del desierto, completamente perpleja o... pendeja, la verdad es que no hay mucha diferencia entre una y otra. Ella no ha regresado aún a casa, ni siquiera se ha comunicado conmigo, simplemente se limitó a dejarme en una cajita todo lo necesario para la instalación de mi oasis personal, quesque pa´ que remoje los tobillos y los sueños hasta que se me hagan viejitos...