lunes, febrero 13, 2006

la tanga pródiga

Puedo describirte con exactitud la forma en que pasé de mi característico blanco al más escandaloso de los rojos; aún tengo presente la sensación de frío que recorre la cabeza de la nuca hacia la frente, el cosquilleo que baja por los párpados y que termina por hacerse nudo en la garganta, la vergüenza ilimitada que se pasea por la dermis desde los labios hasta la punta de los dedos... y todo, al tiempo que tu madre pregunta si las bragas y el brasiere que aparecieron en su lavadora son míos.

Y yo, entre la vergüenza y el asombro, mientras camino hacia su cuarto me pregunto también: ¿Será que la tanga extraviada vino a dar hasta la lavadora de tu madre? Pero no, veo que ni es tanga ni es mi talla, recupero mi color y, aliviada de saber que la historia que esa prenda cuenta no es mía, regreso detrás de ti hacia la sala.

Pero ahora que me acuerdo yo sí traigo unas bragas extraviadas y tampoco están en mi lavadora. De eso estoy segura porque, en la mañana, los primeros en levantarme fueron los representantes de Whirpool. Dios, las nueve de la mañana y vinieron a decirme cómo funciona mi lavadora. Cómo explicarles, señores, que mi paciencia no resistió una semana y yo hace días que aprendí cómo funciona. No ven que es la primer lavadora de mi vida. Ahora ya no tengo que conformarme con contemplar la de los vecinos, yo subo y bajo a mi azotea igual que ellos. ¿Qué les puedo yo decir a ustedes que vienen a ver si la instalamos bien? Y nosotros que ya hasta nombre le pusimos; porque fíjese que últimamente me da por ponerle nombre a todo, tengo una quesadillera (sí, las quesadilleras existen) que se llama Francisca, una chamarra que se llama Gertrudis, un vestido que se llama Anselmo. Uy, por cierto, vieran qué fresco es el Anselmo... Claro, si la última vez que vi aquellas bragas traía puesto a Anselmo; pero bueno, ustedes no están para saberlo ni yo para andarles contando las tragedias de mis prendas íntimas. Y es que, ahora que lo pienso, aquellas bragas deben de ser las más tímidas que tengo. Comienzo a sospechar que lo qué pasó es que sufrieron de pánico escénico en la subida y bajada de las escaleras

Después de la revisión de Rubí, la lavadora, no queda más que echar a lavar una tanda más; jabón en polvo, suavizante líquido, ciclo regular, carga pesada y que la fuerza centrífuga haga lo suyo. Y de la tanga ni sus luces; ofrécele trece monedas a San Antonio y te la recupera, dice mi madre y de pronto me veo hincada pidiendo el milagrito. ¡Caray! Si ya lo que me importa no es la prenda, sino la curiosidad de saber en dónde carajos quedó; entre que recojo los cuadros, ordeno las listas, hablo con los coleccionistas y selecciono los textos del catálogo, recuerdo a la Sole, con su remedio aquel de San Honorato. He de decir que en los estacionamientos el de San Aparcacio siempre funciona, pero al San Honorato ese no le tengo tanta fe, aunque con intentarlo no pierdo nada y, tal vez, la curiosidad me deje de matar si doy al fin con el paradero de la tanga. Un nudo al cordón y las palabras mágicas: "San Honorato los cojones te ato y no te los desato hasta que me devuelvas los malditos calzones". Va, ahora que le hago el nudo me acuerdo que alguien me dijo que el santo sirve para un carajo, que lo que sirve es el acto de anudar el cordón porque algo se reconecta en el cerebro con ese movimiento y uno termina por recordar en dónde fue que dejó lo extraviado. Pero ni con las trece monedas, ni con los cojones de San Honorato en juego, las tangas terminan por aparecer. Quien sí aparece es el vecino; lava, riega y observa, sabe que estoy aquí y que lo miro, lo que no sabe es que mientras lo miro escribo sobre él al tiempo que intento dilucidar el paradero de mi prenda íntima.

El caldo de tu madre fue tan bueno que han pasado horas sin que me dé hambre. Reconozco que, aunque aún me dan miedo las mujeres de tu familia, ir a comer a su casa fue tan rico como tener a Rubí en la nuestra. Reconozco, también, que aunque es un fastidio no saber en dónde está la tanga fue un alivio que no estuviera en la lavadora de la suegra.

viernes, febrero 03, 2006

¿Y dónde quedó la tanga?

Fue lo último que me preguntaste antes de irte. Haciendo memoria recuerdo haberla visto en el cajón, en mis manos, sobre mi, en tus manos, entre tus dientes, y después... después... ¡después!... ¿de verdad importa en dónde quedó?