miércoles, octubre 11, 2006



Una no se puede comer una torta en la carretera sin ver un rebaño de vacas gordas pastando, decía Lucy. La frustración fue darse cuenta que la carretera estaba poblada de vacas flacas.

La primera vaca que me obsequiaron fue un regalo de mis padres, era la réplica a escala de aquellas vacas que buscaba Lucy en las carreteras a la hora del almuerzo. En la caja además del instructivo se incluía la promesa de iniciarme, a mis cuatro años, en el negocio de la ganadería.

Era una copia exacta que cabía en una caja que yo podía cargar. Había que darle agua para que ingeniosamente, por algún mecanismo interno que nunca entendí, se mezclara con una pastilla de color inmaculado, que también venía incluida en la caja, para terminar finalmente agitando el cencerro al tiempo que mis pequeñas manos hacían como que la ordeñaban mientras ella hacía como que daba leche.

La primer vaca que sacamos del empaque, antes de ponerle nombre, se negó rotundamente a tomar el agua, la segunda ignoró, igual que yo, cómo se mezclaba el agua con la pastilla inmaculada, y la tercera y última vaca con la que hicimos el intento se negó rotundamente a mover el cencerro, a tomar el agua y por supuesto a dar leche. Finalmente y ante la frustración familiar decidimos no quedarnos con ninguna y dejar escapar mi prometedor futuro en la ganadería.

Curiosamente hoy, dos años después de haber iniciado este blog, el regalo adecuado para la ocasión fue otra vaca, una en blanco, una vaca sin pecados lista para iluminarla con los míos.

Inmaculada, desde el rabo hasta los cuernos; juraría que las manchas las perdió en alguna apuesta con el chofer de la mudanza pero él, estupefacto, me lo niega.

-Sí le juro que ella y yo apenas y cruzamos palabra seño
-Mmmmm
-Serio, si no ve que apenas y muge, si esta blanca ha de ser por el susto
-¿Usté cree? ¿Pos que no traía más vacas?
- Pos sí seño, pero esta fue la última de la ruta
- ¿Y esta seguro que las otras no le volaron las manchas a la mía?
-Sabe Doña, pos eso si no supe, ya ve que luego unas son bien manchadas


miércoles, octubre 04, 2006

Tres vs treinta y cinco

El adulto intenta entretener al niño. El niño tiene tres años y el adulto treinta y cinco; el niño quiere jugar al papá y a la mamá como juega con su prima de cinco años, el adulto quiere jugar a que tiene tres años.

El niño saca de un cajón una Barbie y un Kent, así es como hay que jugar al papá y a la mamá replica el pequeño. El adulto sonríe morbosamente y le pregunta de hombre a hombre si no sería más interesante que invitaran a la tía a jugar para que sea la mamá, el niño, tolerante, lo mira y le indica que no.

El niño saca del cajón un par de Barbies completamente desnudas y se las muestra, el adulto interpela "oye, pero estas monas están deeees…" el niño interrumpe y contesta, "sí, están deeees…calzas tío".

viernes, septiembre 22, 2006

Recuerdos homónimos

Te quiero más que a la sal, dijiste.
Yo no entendí nada, hasta que recordé…



De niña me encantaba un centro comercial que en una de sus entradas tenía un acuario. No recuerdo el interior de la tienda, pero tampoco importa; lo esencial estaba en una pecera que daba hacia la calle.

Entonces mi cabeza no se alejaba más de un metro del suelo. La longitud de los cristales me superaba por mucho y los litros de agua salada eran, ante mis ojos, un océano en miniatura donde las plantas se movían cadenciosas entre las burbujas de los filtros, los caracoles se iluminaban con la luz de neón y los peces irrumpían estridentes la quietud de los caballitos de mar.


Podía quedarme el día entero mirándolos, preguntándome cuales eran los machos y cuales las hembras, imaginando que parejas tendrían crías y de que color serían. Me gustaba observar su cola enroscada en alguna planta mientras el resto de su cuerpo se movía siguiendo la dirección de la sal.

Tocarlos sólo era posible con la mirada, pero para mí era suficiente. Los vi tanto que aún tengo la sensación acuosa de vaivén en mi cabeza; aun sin recordar sus colores exactos, ni haberlos tocado nunca puedo recrear en mi mano la sensación de su textura; tan frágil como las alas de las libélulas.

Caballitos, ambos. Disímiles en volumen y quehacer; de mar y del diablo. El solo nombre me atemorizaba, "ten miedo del diablo" de algún lugar lo aprendí; y si aquellos gráciles insectos eran de su propiedad, miedo había que tenerles, pero el miedo, aderezado de curiosidad, incita la observación.

Los recuerdo color ladrillo, con alas que parecían vitrales diminutos y ojos enormes que eran capaces de ver más que los míos. Ágiles, de una rama a otra, tan rápidos que parecía que uno solo se multiplicaba al cambiar de lugar; contrarios a sus homónimos, exactos y veloces, se perdían a mis miradas.

A los ocho años conocí los caballos de silla, no recuerdo si la idea de montarlo fue mía o de los adultos del grupo, definitivamente no fue el mejor ejemplar ni la mejor experiencia. La abundancia de palmeras en aquella playa y el jamelgo a todo galope no fueron la vivencia más placentera, aun así no perdí la curiosidad por los caballos.

La última vez que me subí a uno me olvidé de mí y me dejé llevar como los caballitos de mar en el agua salada. A la mitad del viaje estuve a punto de terminar tirada en el suelo; aún ignoro si fue el caballo el que se arrepintió de tirarme o fui yo la que se retractó de caerse, sólo recuerdo haberme visto montada sobre el caballo y tirada en el suelo al mismo tiempo, multiplicada como los caballitos del diablo; sobre la silla y a las patas del caballo en un mismo instante...

Y todo, por recordar que me quieres más que a la sal.

jueves, septiembre 21, 2006

Donde los escalones terminan…

Donde las cubetas han cambiado de profesión y se han convertido en macetas. Ahí donde la intimidad de los vecinos se cuelga de alambres y las fronteras se delimitan por colores; donde la casa se despoja de muros y el cielo se ve desde todos los ángulos.

Ahí, a la altura en que mi abuela prohíbe los juegos y la luz se disuelve hasta uniformar el color de las siluetas, la hora cero le llamaba Arturo; cuando el azul se torna profundo y luminoso a la vez, mientras las nubes se manchan de gris sobre los contornos oscuros.

Negras y afiladas aparecen las primeras golondrinas dando un espectáculo exacto, vuelan incisivas reclamando su lugar en los alambres de luz que les han robado; perdieron su sitio, pero no sus recuerdos. Confundidas y sin refugio rectifican su vuelo en un torbellino alado que baila sobre nuestras cabezas.

Descubren nuestras memorias, mezclan tus recuerdos con los míos: los libros, el piano, los retablos, los canarios, la sirena en el vitral, el instrumental médico, los roperos, el dominó, los santos, las esferas, los membrillos tiernos, los cazos de cobre, el comal, las copas amarillas, la cafetera de cristal, las tazas azules, los jabones de flores, el alcohol alcanforado, los relojes, las llaves del ropero, las historias de la hacienda, el rompope, la primavera en la huerta.

Finalmente ellas encuentran un lugar en las cornisas, los tendederos y las antenas olvidadas; tú y yo sólo sobrevivimos en silencio al espectáculo de la nostalgia compartida.

lunes, agosto 07, 2006

Alguna vez en la vida...

Dilapidé tanto tiempo que hasta el reloj perdí, pero la vida compensa y hoy encontré un par de horas de medio uso en uno de los cierres del bolso nuevo. Por eso me gustan las bolsas con cierres y compartimientos; ahí una puede descubrir cualquier cosa cuando más hace falta.

Dos horas perfectas y necesarias para hacer el súper, ciento veinte minutos para derrochar entre los largos pasillos de víveres, ropa, enceres y cosas absolutamente innecesarias para la vida pero indispensables para el placer de comprar.

Siete mil doscientos segundos sin supervisión; sólo yo y el carrito de metal, ambos con hambre de todo, en especial de lo que no siempre se compra, lo que hace años no pensaba en escoger... Cinco pasillos dedicados a objetos lúdicos para niños de todas las edades; cajas de cartón y empaques plásticos cada vez más rebuscados, plastilina de colores, barbies de diez familias diferentes, superman en todas sus presentaciones, pelotas de todos los tamaños, patines, juegos de mesa, peluches que hablan, que cantan, que bailan, hasta teléfonos que enseñan modales; ¡Caray! Con lo difícil que me resulta tomar decisiones ante tanta oferta, no sé si me alegro o me entristezco de no haber tenido supermercados así en mi infancia.

Dos horas extra de vida para hacer el super, sí, una lo dice así aunque no sea correcto, pero así y sólo así es como sabe rico decirlo. Treinta minutos gastados en los cinco pasillos de juguetería; quiero todo, aun lo que nunca quise de niña, quiero un patín del diablo, una bicicleta con canasta, quiero la Barbie que patina, la que trae el perro, la de la casa, también quiero el carro del puerquito cabezón, las zapatillas de peluche, que hubiera odiado a los cinco años pero que ahora a mis veintisiete me seducen de tal forma que no me importa que no me quepa el pie dentro, quiero la estola, la corona, el cetro, las burbujas, quiero hasta la capa de superman que se mueve sola, quiero el comegalletas que habla, quiero el set para hacer plumas, el de lentejuela, el de cuentas de colores, el juego de química, el telescopio, el traje de blancanieves, no importa la edad, el genero del objeto, ni el precio; mi deseo es flexible y sin prejuicios, mi antojo exige todo...

Barbies, de sesenta, ochenta, cien, doscientos y hasta trescientos pesos; las más baratas con el único pudor de la ropa puesta, las más caras con el sonrojo de los excesos, todas ellas, únicas independientes, caras, bellas y solas, ¿y ellos? Las Barbies también necesitan ellos, o sí no como se casan y tienen Kellys y Skipers. Vaya, vaya, ellos están limitados a una esquina de la estantería, increíble y contrario al mundo real, aquí están en oferta, no tienen demanda, son de lo más barato y te puedes llevar a Marc en traje de gala por treinta y nueve pesos y en el mundo real una llega a sufrir por uno en ropa casual.

Después de los juguetes el universo del supermercado aún existe; una puede darse el lujo de perderse entre las texturas del shampoo o incluso llegar a disfrutar la picazón en la nariz por el exceso de detergentes, se pueden gastar varios minutos escogiendo el papel higiénico más suave, aromático o durable, se pueden adquirir las letras, las estrellas o las lágrimas en bolsitas separadas, también se puede seleccionar un arsenal de las cosas que no se comen a todas horas mezclado con productos despojados de todo y con sabor a nada; el carrito lo permite todo.

Cada carrito es un mundo, cada carrito delata las más oscuras perversiones de quien lo llena. Una sólo codicia los carritos vacíos, nadie sueña con un carrito lleno ¿Qué haría una con un carrito rebosante de satisfacción ajena? Qué hubiera hecho yo de no haberme dado cuenta que aquél carrito donde puse las fresas, los champiñones y las cebollas no era el mío, qué hubiera hecho yo si el señor no me hubiera dicho... oiga señorita ¿qué ese no es mi carrito?

Caramba señor si ya decía yo que mis deseos tenían más calorías, más lactosa y menos fibra...


viernes, julio 14, 2006

Conversaciones teléfonicas

-Oye pá aquí estan dos amigas mias peleando por ti, que cuál es tu preferida y que a cuál quieres más. Yo te digo que las dos te convienen; las dos tan bien pechugonas pa que te acabes de criar y salgas de tus achaques…

-Uy mija, y si no me acabo de criar… cómo me voy a divertir!

domingo, julio 09, 2006

¿De 4 o de 5?

Dicen que los de cuatro son de la suerte...

Y los de cinco en la maceta contigua: ¿Son de buena o mala suerte?

sábado, julio 08, 2006

Gis


Alguna vez jugamos a que yo era su maestra. Más tarde llegamos a la conclusión de que era más divertido que yo fuera la alumna.
Reflejamos el color del cielo en las losetas, abrimos caminos en las columnas y dibujamos planetas en las macetas; entonces aprendí...

Gracias una vez más a los que ayudaron a realizar el IV festival del gis para los niños del Centro de Integración Down.


lunes, julio 03, 2006

Onírica ebúrnea...


He soñado lugares que no conozco, personas que no he visto nunca, habilidades que no poseo, hijos que no he tenido, labios que no he besado, desastres naturales que no he visto nunca, incluso he soñado que hablo idiomas que no domino, pero hasta ahora nunca había soñado con buena ortografía y en mayúsculas...

El resto del sueño dejó de ser relevante en el momento en que escuché la palabra y la escribí en el aire, entonces olvidé quien me la decía o por qué lo hacía, me acurruqué en la E, me resbalé en la B, me mecí en la U, me sostuve en la R, me escondí en la N y finalmente me elevé entre la E y la A para ver la palabra escrita bajo mis pies... EBÚRNEA, perfectamente delineada resonando en mi sueño.

Antes de despertar me cuestioné su existencia, busqué algún déjà vu onírico, alguna pista en mi inconciente y nada, sólo despertécon la pregunta en la punta de la lengua.

Cuando abrí los ojos sólo repetí: EBÚRNEA, eeeeee buuuuur neaaaaaaa, entonces recordé mi palabra de infancia, aquella que acorté y alargué en todas las tonalidades que pude, intenté hacer memoria de el sueño y lo único que me quedaba de él era una vaga sensación de haber volado antes de toparme con la mítica palabra.

Me levanté sin hacer más ruido que el hecho con las tres vocales de la palabra aún exaltadas sobre la cama; descalza y adormilada busqué en el librero el diccionario:

¡Existe!

Ebúrneo, a. (Del lat. eburnus). 1. adj. De marfil. 2. adj. poét. Parecido al marfil.

Y después de la existencia, ¿Qué? ¿Qué me habrá querido decir mi sutil y retorcido inconsciente?

martes, junio 06, 2006

Cariño expone...


Exposición de la Cariño en el Museo de Arte de Zapopan, mañana miércoles 7 a las 8:30, no dejen de ir!!!!

domingo, mayo 28, 2006

Divina dibujando


Reglas y manías

No me gustan los domingos ni los memes, pero aquí están cinco de mis manías para el sr. Raschi. Al Taz le quedé a deber un meme pero era muy largo mi amigo, usted disculpe.

Las manías:

a) Me gusta manejar sola para contarme historias.

b) Cuando necesito exactitud saco la lengua a manera de timón para mantener el equilibrio.

c) Le pongo nombre propio a mis cosas preferidas.

d) Me gusta subir las escaleras con falda en el verano porque hay más aire.

e) Después de bañarme no me gusta secarme con la toalla, sólo me envuelvo en ella y espero hasta que me seco sola.


Las reglas: nos vamos a olvidar de ellas... puede usted compartirnos sus manías si lo desea

viernes, mayo 05, 2006

¿Cuánto?

Él se ofrece y yo me resisto; me avergüenzo, sonrío e intento seguir de largo. El alto me obliga a detenerme y no soy capaz de decirle que no, Él tiene todo para convencerme y yo termino preguntándole: ¿Cuánto?

Le digo que tengo prisa y el me dice que no tardará más de veinte minutos en dejarme ir, además no tengo ni que bajarme del auto. No me quedan muchos argumentos para negarme y la verdad es que lo necesito. Con todo y pena termino por aceptar y él por hacer su trabajo.

Cierro las ventanillas y me dejo llevar. No durará mucho así que me relajo. Dijo que sería rápido pero no me imaginé que verdaderamente sería bueno; comienza con delicadeza en la trompita, apenas y la toca cuando ya esta indagando también el trasero, sube y baja con firmeza escurriéndose por todos los rincones sin darme tiempo de nada. Como bien dijo, ha sido rápido y efectivo. La canción de la radio con la que inició ni siquiera ha terminado y él ya me tiene empapada y encarrilada para lo que sigue.

En un abrir y cerrar de ojos estoy a la mitad de una tempestad, el agua golpea los cristales y yo me maravillo de ver como desaparece el mundo del otro lado. Por una módica cantidad soy la dueña de una tormenta de agua y jabón; por una bicoca regresan a mi memoria todas las tardes en que jugué con los carritos de mi primo en el auto lavado, aquél juego que no era para niñas pero que a mí podía seducirme horas; donde podía meter una y otra vez los carros al túnel de lavado para especular que sentirían mis automovilistas imaginarios de vivir por cinco minutos una borrasca a la medida.

domingo, abril 30, 2006

El WETPACK

En esta temporada de calor Juguetes la Divina piensa en usted y en su bienestar sexual y trae al mercado su nuevo producto

LLEGÓ PARA QUEDARSE...

Instrucciones de uso:
Sacúdase los prejuicios, coloque la cubierta de plástico
al colchón y échese unos vinos para entrar en calor.
Suelte el estrés, agítese la libido y mírese en el espejo,
(nomás pa´ asegurarse de que se sueñe a usted mismo y a nadie
más). Localice al objeto de su más oscuro deseo. Si se le
facilita eche a volar su imaginación, si se le complica abra
una fantasía de tetrapack y tállesela...
Y recuerde, aquí el que no se duerme no se moja...

sábado, abril 29, 2006

PD...


Porque hoy me lees, porque se que estas aquí y no te importa que sea básica o compuesta, porque simplemente tengo ganas de pegarme al monitor y revelarte mis secretas obsesiones con los vasos: los altos para el agua, los chaparros para la leche, los más finos para los jugos, los de metal para los alcoholes y los de veladora para expiar las culpas...

Paréntesis visual


Lo guardé para ti...

Gris

En cuclillas el mundo es gris; el piso es rugoso e irregular, el polvo es omnipresente; ¿el piso es del color del polvo o el polvo es del color del piso?. Inspecciono las líneas del pavimento y cuando fijo la vista en el suelo el polvo se oscurece, se mueve; entonces las veo, caminan en fila india hasta que se topan con mi mano y alborotadas se dispersan, tropiezan con mis zapatos y algunas descaradas se me suben a los dedos. Sólo la niña de cuatro años sabe de lo que hablo; ella examina el otro lado de la calle, igual que yo, con los cachetes sobre las rodillas se divierte mirando como las hormigas tropiezan con sus sandalias y se suben a sus dedos. Los adultos nos miran, las hormigas nos exploran.

Habilidades esféricas

Era una casa pequeña con un jardín al centro; sentada en el piso, con la cabeza entre las piernas observo el pedacito de tierra entre el césped y el escalón. Busco cochinillas; me maravillan sus múltiplespatitas y su habilidad para fugarse. Son pardas y flexibles, son el único bicho que conozco que cuando se siente atrapado se convierte en pelota y se deja rodar para escapar...

jueves, abril 27, 2006

Bicolor...


Rojos son los zapatos que no encuentro
Rojo es el cabello de mi alter ego
Rojos son mis labios
Rojos son los deseos que tengo en las bolsas
Rojo es el color de los acentos que no he puesto
Roja es la bolsa del día
Rojas son las alas que me prestaron
Rojos son todos los espacios vacíos
Roja es la manzana de mis deseos...

¿Y yo?, Yo también soy roja.

¿Y tú?, no Taz, tú eres azul; azul, como tus ideas, como tu música, como tu blog...

Azul...¿Cómo las letras que no has escrito?

Sí Taz, azul como la tristeza a la que me acostumbré, como las listas de deseos que escribí, como los sueños que puse a secar al sol, como las almohadas con las que me encariñé, como el aire por el que me dejé seducir entre peldaños...

Taz, la verdad es que me centré tanto en teñir las palabras con el color del día, que ahora que las tengo todas del color que las pedi no puedo evitar desorientarme...

jueves, abril 13, 2006

Andrea

Debe de haber tenido menos de un mes cuando llegó a la casa; era una bolita de pelo color cobre y carácter fuerte que se dormía en las macetas. Cuando nos cambiamos de casa y adquirimos un patio fue seducida por un árbol de lima con el que vivió un idilio hasta la muerte del árbol; la sola palabra lima podía hacerla brincar de cualquier sillón directo a la mitad del patio donde descansaba la lima de sus desvelos.

Cuando la lima murió, Andrea dejó de comer cítricos pero no perdió su apasionamiento botánico y decidió transferir su arrebato a la palmera de la esquina del patio; pasaba horas con las patas delanteras sobre el tronco y la mirada hacía el cielo ladrándole a las hojas.

De los cinco perros de casa era la más ágil y la mejor para cazar pájaros, de todos fue la que más tiempo pasó conmigo, la que decidió dejar de ser mi hija para creer que era mi madre, me cuidaba el sueño y me lamía las tristezas. Hoy, después de quince años tuvimos que despedirnos y no puedo más que sentir una tristeza muy grande y un sueño profundo con olor a lima: te extraño Andrea.

domingo, abril 09, 2006

Se solicitan sugerencias...

Después de bebernos la media hora por la que íbamos, en la mesa sólo quedó una botella color carmín; Tú ofreciste, yo asentí. ¿La cuenta? Esa no me la pidas porque la perdí antes de comenzar a contar; justo en el momento en que las sillas se pegaron al piso, la mesa se redujo, los personajes se multiplicaron, el baño se alejó y el equilibrio se me fundió en alguno de los hielos...

En el baño un espejo; me miro a los ojos y sin consideraciones me ordeno: Camina derecha, mira al frente, evita tambalearte y sobre todo no le digas a nadie lo separados que están tus pies de tu cabeza.

Fiesta, sí; la de uno de mis mejores amigos, otro ariano de veintisiete que igual que yo no sabe si deprimirse, enojarse o alegrarse de cumplir años. Intuyo, por la magnitud de la fiesta, que este año como los anteriores optó simplemente por adueñarse del equilibrio y la cordura de varios invitados.

Yo aún no decido que sería bueno para mí este año, por lo que solicito de la manera más amable todas las sugerencias posibles...

sábado, abril 01, 2006

Compulsiones de familia

Antes de llegar al noventa perdíla cuenta tres veces, del cien al quinientos me distraje en dos ocasiones y después del seiscientos confundí los seis con los siete; a pesar de todo, no desistí.

Ignoro si fue mi miedo a los temblores, mi imaginación exacerbada, mi ignorancia vial o simplemente el aburrimiento provocado por las horas de viaje en carretera, pero de niña me divertía imaginar que las rayas discontinuas y blanquecinas a mitad del pavimento eran la prueba irrefutable de que alguien más grande cuidaba de nosotros; alguien protector, como una madre,y grande, como los gigantes que aparecían en mis cuentos del librero. Aquellas líneas eran claramente el zurcido necesario para evitar que la carretera se abriera en canal y nos tragara, aquellas rayas merecían y exigían mi atención y mi tiempo para ser inventariadas.

Claro que había espacios en los que aquel trabajo estaba mejor elaborado y la puntada era seguida y no discontinua; recordaba las clases de costura en el taller de mi abuela y una línea seguida siempre indicaba que la puntada era más firme, llevaba más hilo y por ello quedaba reforzada, pero las puntadas continuas nunca me provocaron morbo, la contabilidad extrañamente pasaba del uno o dos y terminaba por aburrirme.

No me importaba si era norte, sur o centro, porque aquella labor podía efectuarse casi en cualquier pavimento, aunque en la ciudad solía encontrar otras distracciones que terminaban por robar mi atención, como los anuncios luminosos de División del Norte. Mi madre me decía que podía hacer cambiar el juego de las luces de un anuncio de la Corona tronando los dedos;lo intenté todas las veces que pasé por ahí pero el letrero tenía una preferencia marcada por las órdenes de mi madre.

Más grande escuché que mi abuela contaba las cosas iguales en forma o color así como yo contabilizaba las puntadas divinas en la carretera. Primero sentí emoción de que genéticamente aquella actividad hubiera llegado a mi cuerpecillo gracias a la maravilla del ADN, y justo cuando comenzaba a enorgullecerme de tener algo en común con la madre de mi madre, ella continúo el comentario y dijo: El doctor me dijo que eso lo hacen las personas que tienen algún desequilibrio mental. Entonces sentí que me caían encima todas las rayas blancas y figuras símiles que había contabilizado y acumulado exhaustivamente en el subconsciente; cayeron sobre mí acompañadas de un torrente de preposiciones; se mezclaron en formas, colores y texturasy me ha llevado años darles un nuevo orden.

Hoy sé que mi abuela mintió con aquella aseveración, detrás de todo no había un desequilibrio mental, ¡había un montón! Sin embargo, gracias a aquel derrumbe de divinas rayas blancas, azulejos, postes, letreros luminosos, foquitos navideños, vestidos estampados, fichas de dominó, vasos de colores, botones y cajas de hilos que se me atravesaron en el camino elaboré un catálogo con formas y figuras que me entretiene acomodar en los momentos de ocio. ¿Qué haría yo ahora, a mis casi veintisiete, sin mis desequilibrios heredados?

lunes, marzo 27, 2006

Puedo decir que...

Me quedé sin tiempo,
Que el castor se robó mis fantasías,
Que tengo miedo a que el SÍ me haya hecho más cursi que antes,
Que mis letras se hicieron sopa,
Que me perdí entre cuentas de colores,
Que me mandé por correo y no llegué,
Que la computadora no me habla,
Que me hice pastel y me pegué al molde,
Que olvidé regarme y me sequé,
Que me perdí en un deseo nocturno,
Que no he despertado,
Que me sigo esperando en un café,
Que demandé a mi imaginación por abandono de hogar,
Que me fui a buscar trabajo y no he regresado,
Que me quedé en un recuerdo de infancia,
Que me comí la manzana,
Que perdí el camino al paraíso y no encuentro mis tacones rojos para regresar,
Que no sé que sigue,
Que extraño este espacio...

lunes, febrero 13, 2006

la tanga pródiga

Puedo describirte con exactitud la forma en que pasé de mi característico blanco al más escandaloso de los rojos; aún tengo presente la sensación de frío que recorre la cabeza de la nuca hacia la frente, el cosquilleo que baja por los párpados y que termina por hacerse nudo en la garganta, la vergüenza ilimitada que se pasea por la dermis desde los labios hasta la punta de los dedos... y todo, al tiempo que tu madre pregunta si las bragas y el brasiere que aparecieron en su lavadora son míos.

Y yo, entre la vergüenza y el asombro, mientras camino hacia su cuarto me pregunto también: ¿Será que la tanga extraviada vino a dar hasta la lavadora de tu madre? Pero no, veo que ni es tanga ni es mi talla, recupero mi color y, aliviada de saber que la historia que esa prenda cuenta no es mía, regreso detrás de ti hacia la sala.

Pero ahora que me acuerdo yo sí traigo unas bragas extraviadas y tampoco están en mi lavadora. De eso estoy segura porque, en la mañana, los primeros en levantarme fueron los representantes de Whirpool. Dios, las nueve de la mañana y vinieron a decirme cómo funciona mi lavadora. Cómo explicarles, señores, que mi paciencia no resistió una semana y yo hace días que aprendí cómo funciona. No ven que es la primer lavadora de mi vida. Ahora ya no tengo que conformarme con contemplar la de los vecinos, yo subo y bajo a mi azotea igual que ellos. ¿Qué les puedo yo decir a ustedes que vienen a ver si la instalamos bien? Y nosotros que ya hasta nombre le pusimos; porque fíjese que últimamente me da por ponerle nombre a todo, tengo una quesadillera (sí, las quesadilleras existen) que se llama Francisca, una chamarra que se llama Gertrudis, un vestido que se llama Anselmo. Uy, por cierto, vieran qué fresco es el Anselmo... Claro, si la última vez que vi aquellas bragas traía puesto a Anselmo; pero bueno, ustedes no están para saberlo ni yo para andarles contando las tragedias de mis prendas íntimas. Y es que, ahora que lo pienso, aquellas bragas deben de ser las más tímidas que tengo. Comienzo a sospechar que lo qué pasó es que sufrieron de pánico escénico en la subida y bajada de las escaleras

Después de la revisión de Rubí, la lavadora, no queda más que echar a lavar una tanda más; jabón en polvo, suavizante líquido, ciclo regular, carga pesada y que la fuerza centrífuga haga lo suyo. Y de la tanga ni sus luces; ofrécele trece monedas a San Antonio y te la recupera, dice mi madre y de pronto me veo hincada pidiendo el milagrito. ¡Caray! Si ya lo que me importa no es la prenda, sino la curiosidad de saber en dónde carajos quedó; entre que recojo los cuadros, ordeno las listas, hablo con los coleccionistas y selecciono los textos del catálogo, recuerdo a la Sole, con su remedio aquel de San Honorato. He de decir que en los estacionamientos el de San Aparcacio siempre funciona, pero al San Honorato ese no le tengo tanta fe, aunque con intentarlo no pierdo nada y, tal vez, la curiosidad me deje de matar si doy al fin con el paradero de la tanga. Un nudo al cordón y las palabras mágicas: "San Honorato los cojones te ato y no te los desato hasta que me devuelvas los malditos calzones". Va, ahora que le hago el nudo me acuerdo que alguien me dijo que el santo sirve para un carajo, que lo que sirve es el acto de anudar el cordón porque algo se reconecta en el cerebro con ese movimiento y uno termina por recordar en dónde fue que dejó lo extraviado. Pero ni con las trece monedas, ni con los cojones de San Honorato en juego, las tangas terminan por aparecer. Quien sí aparece es el vecino; lava, riega y observa, sabe que estoy aquí y que lo miro, lo que no sabe es que mientras lo miro escribo sobre él al tiempo que intento dilucidar el paradero de mi prenda íntima.

El caldo de tu madre fue tan bueno que han pasado horas sin que me dé hambre. Reconozco que, aunque aún me dan miedo las mujeres de tu familia, ir a comer a su casa fue tan rico como tener a Rubí en la nuestra. Reconozco, también, que aunque es un fastidio no saber en dónde está la tanga fue un alivio que no estuviera en la lavadora de la suegra.

viernes, febrero 03, 2006

¿Y dónde quedó la tanga?

Fue lo último que me preguntaste antes de irte. Haciendo memoria recuerdo haberla visto en el cajón, en mis manos, sobre mi, en tus manos, entre tus dientes, y después... después... ¡después!... ¿de verdad importa en dónde quedó?

martes, enero 31, 2006

bye, bye enero

Hay meses de los que puedo quejarme, meses como mayo en los que el calor me abruma, o como agosto en el que la humedad me cala los huesos, pero de enero no me puedo quejar, es el mes que me parece más brillante de todos, el único que me ha traído más regalos que abril y más emociones que cualquiera de los otros once. Es un mes en el que me da por mover muebles, cambiar colores, tirar recuerdos y renovar la lista de propósitos inconclusos haciendo fogatas con las promesas cumplidas, pero sobretodo es el mes en el que más se conserva el olor a nuevo...

lunes, enero 30, 2006

miércoles, enero 11, 2006

Constelaciones de cama

Cuando estoy sola me gusta tenderme boca abajo para dormir, apoyo la cara sobre el brazo izquierdo y pierdo la mirada en mi pared ventana. Cuando tú estas la preferencia permanece; aunque me gusta que me abraces por la espalda y me recuestes de lado para mirar hacia afuera por entre el hueco que queda entre la cortina y la esquina de la pared.

Alcanzo a ver tres estrellas. Por el color y la intensidad de la más lejana deduzco que más que una estrella es un planeta; por lo que recuerdo de las clases de astronomía, debe de ser Venus, aunque no me atrevo a asegurar nada porque esa clase la pasé literalmente de noche y tú sabes que las constelaciones las confundo tanto como las reglas ortográficas.

Su luz es brillante y tintinea como si bailara cada vez que entrecierro los ojos para mirarla, en cambio, las otras dos son constantes y la luz que irradian es tan imperturbable como su color; la más baja es de un verde pálido, que aunque incapaz de competir con el rojo brillante de la otra, es sin duda cautivante. La más alta sigue bailando en el vacío y las otras entablan la misma conversación de todas las noches; se encienden en silencio, se reconocen impasibles y en algún momento la verde desaparece por un segundo mientras que la más roja, dueña del lugar aparece y desaparece rítmicamente hasta que la verde vuelve a encenderse.

Acaricias mi contorno mientras ellas siguen conversando frente a mí, tu respiración se resbala por mi cuello hasta anidarse bajo mi ombligo cobijándome las piernas; yo... tintineo frente a la ventana, tú... te comes mis silencios y los vecinos siguen lavando blancos todas las noches para que yo mantenga la fantasía exhibicionista de competir en tintineos con la constelación de su lavadora
.

jueves, enero 05, 2006

No me olvido...

No me olvido de mis pecados ni de las noches de confesiones que tengo pendientes, tampoco me olvido del color de tus ojos bajo el agua, ni de la textura de la arena bajo mi espalda; tengo el recuerdo de un cangrejo en mi rodilla izquierda y una beluga que ha decidido pasar las noches extraviada en las arrugas de mis pies.

La silueta desparpajada de un pájaro bobo se pasea en mi horizonte cazando cangrejos transparentes, yo me meto bajo la arena para ofrecerle el crustáceo de mi rodilla izquierda y él camina de un lado a otro tropezando con su pico entre las patas mientras intenta pescarlo, mi cangrejo es más rápido que el bobo; él, orondo de su nombre, mete una y otra vez el pico en la arena sin poder masticar nada.

La marea sube, el sol se oculta, el cielo se tiñe de colores y nosotros subimos las escaleras del risco; los escalones son viejos pero no han perdido su color original, las orillas se despostillan y las miradas van de los violetas del cielo a los indiscretos verdes que se alojan a las orillas de los peldaños.

El agua es tibia y el aire es más fresco que el de costumbre. Aún tengo limón entre los dedos y mis hombros, aunque parecen los mismos, han tomado un sabor tan salado como las olas que se escabullen bajo las sábanas que nos prestaron para tomar notas de la cartografía del lugar antes y después de la tormenta de nombres propios.