No me olvido de mis pecados ni de las noches de confesiones que tengo pendientes, tampoco me olvido del color de tus ojos bajo el agua, ni de la textura de la arena bajo mi espalda; tengo el recuerdo de un cangrejo en mi rodilla izquierda y una beluga que ha decidido pasar las noches extraviada en las arrugas de mis pies.
La silueta desparpajada de un pájaro bobo se pasea en mi horizonte cazando cangrejos transparentes, yo me meto bajo la arena para ofrecerle el crustáceo de mi rodilla izquierda y él camina de un lado a otro tropezando con su pico entre las patas mientras intenta pescarlo, mi cangrejo es más rápido que el bobo; él, orondo de su nombre, mete una y otra vez el pico en la arena sin poder masticar nada.
La marea sube, el sol se oculta, el cielo se tiñe de colores y nosotros subimos las escaleras del risco; los escalones son viejos pero no han perdido su color original, las orillas se despostillan y las miradas van de los violetas del cielo a los indiscretos verdes que se alojan a las orillas de los peldaños.
El agua es tibia y el aire es más fresco que el de costumbre. Aún tengo limón entre los dedos y mis hombros, aunque parecen los mismos, han tomado un sabor tan salado como las olas que se escabullen bajo las sábanas que nos prestaron para tomar notas de la cartografía del lugar antes y después de la tormenta de nombres propios.
La silueta desparpajada de un pájaro bobo se pasea en mi horizonte cazando cangrejos transparentes, yo me meto bajo la arena para ofrecerle el crustáceo de mi rodilla izquierda y él camina de un lado a otro tropezando con su pico entre las patas mientras intenta pescarlo, mi cangrejo es más rápido que el bobo; él, orondo de su nombre, mete una y otra vez el pico en la arena sin poder masticar nada.
La marea sube, el sol se oculta, el cielo se tiñe de colores y nosotros subimos las escaleras del risco; los escalones son viejos pero no han perdido su color original, las orillas se despostillan y las miradas van de los violetas del cielo a los indiscretos verdes que se alojan a las orillas de los peldaños.
El agua es tibia y el aire es más fresco que el de costumbre. Aún tengo limón entre los dedos y mis hombros, aunque parecen los mismos, han tomado un sabor tan salado como las olas que se escabullen bajo las sábanas que nos prestaron para tomar notas de la cartografía del lugar antes y después de la tormenta de nombres propios.
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