jueves, septiembre 21, 2006

Donde los escalones terminan…

Donde las cubetas han cambiado de profesión y se han convertido en macetas. Ahí donde la intimidad de los vecinos se cuelga de alambres y las fronteras se delimitan por colores; donde la casa se despoja de muros y el cielo se ve desde todos los ángulos.

Ahí, a la altura en que mi abuela prohíbe los juegos y la luz se disuelve hasta uniformar el color de las siluetas, la hora cero le llamaba Arturo; cuando el azul se torna profundo y luminoso a la vez, mientras las nubes se manchan de gris sobre los contornos oscuros.

Negras y afiladas aparecen las primeras golondrinas dando un espectáculo exacto, vuelan incisivas reclamando su lugar en los alambres de luz que les han robado; perdieron su sitio, pero no sus recuerdos. Confundidas y sin refugio rectifican su vuelo en un torbellino alado que baila sobre nuestras cabezas.

Descubren nuestras memorias, mezclan tus recuerdos con los míos: los libros, el piano, los retablos, los canarios, la sirena en el vitral, el instrumental médico, los roperos, el dominó, los santos, las esferas, los membrillos tiernos, los cazos de cobre, el comal, las copas amarillas, la cafetera de cristal, las tazas azules, los jabones de flores, el alcohol alcanforado, los relojes, las llaves del ropero, las historias de la hacienda, el rompope, la primavera en la huerta.

Finalmente ellas encuentran un lugar en las cornisas, los tendederos y las antenas olvidadas; tú y yo sólo sobrevivimos en silencio al espectáculo de la nostalgia compartida.

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