viernes, febrero 25, 2005

El ego de un bonsái

Leyendo a Fest hablar de Simón Dor, recordé que en uno de mis cumpleaños entre los veinte y los veinticinco Cariño me regaló un bonsái que en su honor obtuvo el nombre de Luchito.

Antes de mi jade bonsái sólo me habían regalado una planta carnívora que no sobrevivió mucho tiempo a mis cuidados… Definitivamente Luchito tenía un aspecto mucho más amigable que la come moscas y me ilusionó la idea de intentarlo de nuevo.

Lo alojé en el balcón de mi recámara, seguí las instrucciones de riego, lo cambié a una maceta más grande y todas las mañanas conversábamos mientras yo me vestía y él contemplaba el horizonte.

Todo iba bien hasta que decidí cambiarme de la casa de mi madre a mi departamento; cuando llegamos le acomodé un lugar especial junto al balcón con buena vista al horizonte para sus ejercicios de contemplación al infinito y al principio parecía que todo seguía igual.

Nunca me imaginé que después de tanto tiempo decidiera abandonarme y para evitar su fuga le hice de todo; más tierra, menos agua, música, aire, sol, sombra, todo! y nada funcionó; siguió desnudándose fuera de temporada hasta que terminó por quedarse en los purititos troncos y sin decir nada…

Habría podido regresar a casa de mi madre si me hubiera dicho que le molestaba tanto vivir aquí; cómo iba yo a saber que lo que le deprimía el ego era vivir en la planta alta... sí, sí, tal vez era de sentido común, pero que no podía haberme dado una manita con eso...?


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