miércoles, enero 05, 2005

La huída al sureste I

Cuando era niña mi padre me enseñó a montar en bicicleta… dicen que lo que bien se aprende nunca se olvida, yo nunca aprendí bien pero tampoco lo olvidé. Ahora a mis veinticinco puedo pedalear una bicicleta de forma poco eficaz pero certera para llegar a alguna esquina y pararme antes de que un carro me arroye.


Mis padres; primerizos y sobre protectores, sólo me dejaron tener un triciclo en casa por miedo a que algún pendejo fuera a atropellar a su pequeña y ágil primogénita, aunque siendo sincera con ustedes, la pendeja era yo y los conductores eran los que tenían que tener cuidado de mis maniobras. Y una vez más mis padres hicieron lo correcto para mantenerme en una sola pieza.


En fin, aun sin bicicleta propia logré aprender a conducirlas y años después he podido recordar las premisas elementales para avanzar de la mejor manera posible sobre una bicicleta, eso si, tampoco esperen que mis habilidades sean muy equilibradas ni mucho menos innovadoras, que ya bastante hago recordando como hacer para pedalear y llegar a alguna parte.


Y yo que creía que durmiendo iba a obtener claridad y coherencia mental, pero ya veo que no, si en realidad el punto aquí no era hablar de la bicicleta, ni del pedaleo que ésta requiere; pero que sé yo, como dicen los psicólogos, “usted comience a hablar, que luego le damos forma a su discurso” así que aquí estoy yo, con mi casa aun empolvada, porque tengo más sueño que ganas de limpiarla, pero feliz de estar de nuevo aquí hablando de cuando aprendí a manejar una bicicleta… ¡ahora sé cual era el punto…! la premisa importante del asunto es “llegar a alguna parte”…


Eso es lo que me interesa; llegar a alguna parte, No se los había dicho antes para no entrometerme con su espíritu navideño pero cuando llega diciembre yo lo único que quiero es pedalear alguna bicicleta lejos de las lucecitas, los arbolitos de navidad y los señores gordos y de barba blanca que prometen cumplir nuestros deseos; lamentablemente sigo esperando la bicicleta que pedí alguna vez entre mis antojos y que nunca llegó.

Sin la habilidad de pedalear lejos de todo esto, este año me había echo a la idea de permanecer en casa y olvidarme de las obligaciones navideñas en la soledad de mi hogar sin emitir queja alguna, hasta que mi madre llegó con la propuesta de que hiciéramos un viaje en auto desde Guadalajara hasta Chetumal para terminar pasando el día veinticuatro con la familia Hadad, al final sería algo familiar pero ajeno, eso siempre es más divertido…


El viaje era tentador y riesgoso porque mi madre y yo cuando pasamos mucho tiempo juntas tendemos a pelear por todo y a discutir por nada; esta vez sólo peleamos una vez, (una de dos: o ambas hemos madurado o tuvimos mucha suerte). Antes de que yo naciera, cuando mi padre y ella aun eran hippies hicieron ese viaje por el sureste.


Desde que tengo memoria mi madre me contaba lo bonito que era Veracruz, las ganas que tenía de llevarme a conocer y a ver la isla de los monos en Catemaco;, desde que me contó la idea del viaje el lugar al que más le emocionaba volver era Veracruz, salimos de Guadalajara al DF, de ahí a Puebla, un lugar hermoso al que espero no volver sin un poblano, porque a pesar de mi buena disposición no pude entender como funcionan las calles, y es que jamás he sido buena ni con los números ni con los puntos cardinales nunca entendí como encontrar la 11 sur con la 32 poniente (mentira, no tengo idea de si esas calles cruzan, porque nunca entendí el mapa).


Después de Puebla el destino era Veracruz; Llegamos a Catemaco y por supuesto nos armamos con una dotación enorme de plátanos y cacahuates para los monos, mi madre rentó la lancha para nosotras solas y raudas nos dirigimos a la isla de los monos, antes de llegar pasamos por la isla de las garzas y la de las flores… no había ni flores ni garzas, sólo patos canadienses….

Mmmmm… esto no se ve muy bien… y en efecto así era… eso no estaba nada bien, cuando llegamos a la isla de los monos nos dimos cuenta de que ya casi era prudente cambiarle el nombre por la isla del mono… sólo había un par de monos, cansados y decrépitos que no mostraban ninguna emoción por las bananas…. Dios!!! No quiero contarles la cara de mi madre, el lanchero indicó que había otra isla donde había más… en efecto llegamos y había más, en esta eran tres!!! Igual de cansados y decrépitos, traté de levantarle el ánimo a mi madre emocionándome con mi poca agilidad para lanzarles las bananas pero todo era inútil. Cuando mi madre conoció el lugar los monos eran tantos que se acercaban a la lancha para que les dieras la comida, ahora el cansancio y la vejez no los despegaba de su rama desde la que esperaban apáticos a que les lanzaras las bananas a la punta de su nariz.


Las tres horas siguientes fueron de un silencio absoluto, la tristeza de mi madre llenaba el auto y era mejor permanecer callada para no provocar un ataque de llanto a mitad de las curvas...

1 comentario:

Tonto Simón dijo...

Me postulo como candidato al poblano que quiere regresar a Guadalajara, ja.