jueves, agosto 25, 2005

Las seis y pico...

Es sábado, son como las seis de la tarde. Hace tiempo que no uso reloj, pero casi podría asegurar que no pasan de las seis y quince, salimos de casa a las tres de la tarde y entre el transcurso y la comida no han pasado más de tres horas. Nos bajamos del carro en la plaza, no puedo decir que nos bajamos en la calle o en la esquina de la plaza, porque en realidad estamos estacionados sobre la calle peatonal que se convierte en la misma plaza; Curiosamente es una calle en la que los peatones son los que le ceden el paso a los automóviles casi hasta llegar al kiosco.

La plaza está sola, un poco de gente circula por ahí, pero no se queda en las bancas ni entre los jardines de granados que rodean el kiosco, y yo, que sólo de verlos comienzo a sentir la acidez del fruto bajo mi lengua, ese rojo nítido que rodea las semillitas duras que se tropiezan con mis dientes haciendo enloquecer a mi parótida cada vez que se me ocurre devorarme una granada.

Mi madre se distrae fotografiando a las primas Hadad, mientras que Paco viendo las granadas me recuerda que mi boca ha quedado desnuda, me entrega el bolso y se divierte viendo como me delineo los labios cuidadosamente para después rellenarlos con la barra color granate y concluir con un beso tronado que quedará marcado sobre su mejilla izquierda.

El momento de la inmortalización digital termina y al fin avanzamos hacia el billar de Zácaro que esta en la esquina de la plaza junto a la tienda de abarrotes de su hermana. Es un negocio típico de pueblo, una tiendita chiquita, oscura y con dos cortinas de metal en lugar de paredes,que al abrir descubren sus viejos anaqueles de madera apolillada y oscurecida por el uso; La estantería está poblada de latas varias, empaques de galletas, bolsas de pasta, envases de jabones y un montón de productos que hoy en día han quedado extraviados entre los hipers, los supers, los megas y demás superlativos con los que identificamos los almacenes de la ciudad.

La fachada, el contenido y hasta el nombre es como el de todas las tiendas de pueblo, pero aun a pesar de los lugares comunes que la caracterizan, ésta no es cualquier tienda, ésta es la única tienda del pueblo donde tienen un perico como mascota, pero que digo perico, aquello es un pericón o más bien debo decir un cotorrón, la verdad debo decir que yo de las aves no distingo ni las de corral; Para mi todas se dividen en tres grandes grupos: gallinas, pajaritos o pericos. Este animalito debe de medir más de unos 50 cm con todo y las largas plumas de la cola. Cuando entramos a la tienda mi madre dijo -Ven, vamos a saludar e Elvis-, y yo, ingenua creí que Elvis era el perico y le llamaban así por ser el rey o por cantar bien, pero no, los pericos no cantan y Elvis es el diminutivo de Elvira, la dueña de Polo, el cotorrón.

Polo vive dentro de su jaula, su color le hace honor a su nombre y al dicho aquél que dice, que el que es perico donde quiera es verde, y es que será o no perico, pero el animalito es verde perico, su pico es tan negro como su lengua, sus ojos son amarillos y sus pupilas se dilatan delatando el carácter viceral del pajarito. Se agita nervioso cuando te acerca a su jaula, la curiosidad lo lleva a sacar el pico para intentar reconocerte, se mueve de izquierda a derecha sobre el palito que atraviesa la jaula, repite consecutivamente palabras aisladas y varias maldiciones que algún ocioso le ha repetido hasta el cansancio. Dicen que los pericos aprenden a hablar si les das un chile bravo, en la jaula de Polo no hay restos ni semillas que indiquen que para hablar fue necesario enchilarlo, parece que Polo aprende rápido y se divierte repitiendo las palabras que oye.

Los niños que llegan a la tienda se acercan a la jaula y tratan de meter la mano para tocarlo, las madres advierten bruscas sobre la dureza del pico de Polo y los niños retiran la mano de un jalón, a los pocos segundos, como es de esperarse, han olvidado la advertencia materna y tratan nuevamente de jalarle las plumas de la cola, Elvira aparece y los niños se hacen los muertos, más que temerle al picotazo del perico le temen al jalón de orejas que les pueda dar Elvira por molestar al animal.

Hasta el día de hoy había visto gente que besa perros, gatos, y cualquier cantidad de mamíferos por imponentes que parezcan, pero nunca había visto a alguien besar un perico y menos aún besarlo de lengüita, no se que piensen los demás pero yo creo que eso sólo puede verse en la tiendita de Elvira. Ella le habla amorosa al perico, él agita el pico de arribahacia abajo, gira el cuello hasta quedar de cabeza, saca el pico entre los barrotes y delicadamente choca la punta de su lengua seca con la humedad de la punta de la lengua de su dueña, ella ríe se levanta y sigue ajetreada con su que hacer mientras nosotros, estupefactos no podemos evitar aplaudirle a la pareja.

Elvira y Polo viven su amor entre envolturas de gansitos, refrescos en bolsita, papas sabritas, latas de conservas y un tarro grande lleno de chicles bola de color rosa. Él se pasea por su jaula despepitando semillas de girasol que van cayendo en el piso de la tienda, ella lo mima desde el mostrador y cada vez que pasa por la puerta le pide un beso de lengüita´para diversión de los clientes, nosotros, después del espectáculo nos metemos al Billar de Zacaro a tomarnos un tequila y programar la rocola mientras intentamos camuflarnos con el fieltro que cubre las mesas de billar del mismo verde que las plumas de Polo, verde entre el que ahora nosotros damos el espectáculo para los parroquianos bailando un merengue a paso rápido esquivando entre las vueltas a los jugadores del billar, quienes ahora nos miran con la misma curiosidad con la que nosotros veíamos los besos de lengüita entre Polo y Elvira.

1 comentario:

Akilez dijo...

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