Abro los ojos y procuro recordar, me gusta recordar de la cabeza a los pies para después estirarme y gruñir, (el gruñido debe ser por la molestia que me causa despertar). No despierto lúcida;la piel se me hincha, la voz se me engruesa y las extremidades se me apendejan, y si no me muevo después de diez minutos seguro me quedaré dormida de nuevo, lo mejor es que me destape o me pare, porque lo más seguro es que haya amanecido destapada, ruedo sobre la cama hasta poner mi pie derecho en el piso y con más equilibrio que gracia me enderezo.
Le digo a mi madre que no quiero ir a la escuela, un segundo después recuerdo que mamá ya no vive conmigo y yo ya no voy a la escuela, que lástima, era un buen pretexto para no levantarme; aunque la verdad es que la escuela siempre me gustó, era el instrumento perfecto para mantener el sano equilibrio entre mi yo dependiente y mi yo masoquista; sufría de lunes a viernes por que llegara el fin de semana para no tener que levantarme temprano pero al final terminaba por deseardesesperadamente que llegara el lunes para ordenara mis horas.
Ahora puedo decir que vivo en un domingo interminable y con lo que me chocan los domingos, pero bueno, es la analogía más acertada que encuentro para contarte que mis días no tienen horario para levantarme ni para dormirme, nadie me dice que comer ni a que hora comer, no tengo un trabajo fijo así que tampoco me dicen que hacer ni en que orden hacerlo. Mis días son cortos y confusos mientras que mis noches tienden a ser largas y claras, porque como dice mi abuela, nunca me levanto a una hora prudente para trabajar ni me meto a la cama a una buena hora para descansar.
Aun así puedo contarte algunas constantes de mis días normales; después de levantarme supersticiosamente con el pie derecho camino hasta el regulador de Lola, mi PC, la enciendo y me conecto a la red. Abandono mi cuarto, me meto en el baño, me miro de reojo en el espejo y si estoy de humor me hago gestos y me critico el peinado, si no, sólo procuro ser inconsciente y meterme inmediatamente bajo el agua; Primero me mojo el pelo, me tallo los ojos con las manos, me enjuago la boca y me cubro de espuma de la cabeza a los pies como si fuera una niña, finalmente dejo que el agua me enjuague, cierro la llave, me exprimo el pelo y me envuelvo en dos toallas con mucho cuidado de no restregarme con ellas, salgo empapada del baño y me meto a mi cuarto hasta que mi piel se seca sola de nuevo.
Cuando por fin me visto desayuno en el balcón, no me gusta comer sola y los horarios de Cariño son diferentes a los míos, así que cuando ella no está, espiar a los vecinos se convierte en la mejor opción para no sentirme sola; imaginar qué platican las viejitas que pasean a su perra, qué discuten en la sala de juntas que se asoma en aquel balcón, quién duerme aún en el hotel de allá, de quién son las prendas que veo girar en la lavadora de la azotea de enfrente, qué nombre tendrá esa flor extraña y violeta que se asoma de reojo a mi balcón, y así, después de responderme mentalmente a todas mis dudas sobre los vecinos regreso a mi cuarto, a la mesa de dibujo o a los encantos de Lola para pasar horas dibujando o tecleando las respuestas más divertidas del desayuno.
Cuando termino de acomodar líneas y teñir figuras con tintas chinas o de deletrear historias a colores con la ayuda de Lola busco donde comer, tal vez visite a mi madre o baje a robarle algún gansito a mi padre, o tal vez simplemente me coma un sándwich y sólo salga a comprar un dulce, el punto es que entre la comida y la cena buscaré la manera de salir a la calle y hablar con la gente que quiero, me gusta preguntar y escuchar de que color va su día, que textura tiene y que tanto ha durado.
Para la cena buscaré la forma de comerme algo en la calle, me gustan los elotitos en vaso, los tacos de las esquinas, las hamburguesas más gringas o los churros más típicos, pero lo que más me gusta es que otras manos preparen mi cena, confesaré que sentirme mimada por alguien que no conozco es un fetiche cotidiano que procuro no excluir de mi día. Finalmente regresaré a mi cuarto y antes de tirarme en la cama me sentarévarias horas al lado de Lola para aclarar, resumir, inventar, deducir o simplemente transcribir las texturas y los colores de mi día.
Le digo a mi madre que no quiero ir a la escuela, un segundo después recuerdo que mamá ya no vive conmigo y yo ya no voy a la escuela, que lástima, era un buen pretexto para no levantarme; aunque la verdad es que la escuela siempre me gustó, era el instrumento perfecto para mantener el sano equilibrio entre mi yo dependiente y mi yo masoquista; sufría de lunes a viernes por que llegara el fin de semana para no tener que levantarme temprano pero al final terminaba por deseardesesperadamente que llegara el lunes para ordenara mis horas.
Ahora puedo decir que vivo en un domingo interminable y con lo que me chocan los domingos, pero bueno, es la analogía más acertada que encuentro para contarte que mis días no tienen horario para levantarme ni para dormirme, nadie me dice que comer ni a que hora comer, no tengo un trabajo fijo así que tampoco me dicen que hacer ni en que orden hacerlo. Mis días son cortos y confusos mientras que mis noches tienden a ser largas y claras, porque como dice mi abuela, nunca me levanto a una hora prudente para trabajar ni me meto a la cama a una buena hora para descansar.
Aun así puedo contarte algunas constantes de mis días normales; después de levantarme supersticiosamente con el pie derecho camino hasta el regulador de Lola, mi PC, la enciendo y me conecto a la red. Abandono mi cuarto, me meto en el baño, me miro de reojo en el espejo y si estoy de humor me hago gestos y me critico el peinado, si no, sólo procuro ser inconsciente y meterme inmediatamente bajo el agua; Primero me mojo el pelo, me tallo los ojos con las manos, me enjuago la boca y me cubro de espuma de la cabeza a los pies como si fuera una niña, finalmente dejo que el agua me enjuague, cierro la llave, me exprimo el pelo y me envuelvo en dos toallas con mucho cuidado de no restregarme con ellas, salgo empapada del baño y me meto a mi cuarto hasta que mi piel se seca sola de nuevo.
Cuando por fin me visto desayuno en el balcón, no me gusta comer sola y los horarios de Cariño son diferentes a los míos, así que cuando ella no está, espiar a los vecinos se convierte en la mejor opción para no sentirme sola; imaginar qué platican las viejitas que pasean a su perra, qué discuten en la sala de juntas que se asoma en aquel balcón, quién duerme aún en el hotel de allá, de quién son las prendas que veo girar en la lavadora de la azotea de enfrente, qué nombre tendrá esa flor extraña y violeta que se asoma de reojo a mi balcón, y así, después de responderme mentalmente a todas mis dudas sobre los vecinos regreso a mi cuarto, a la mesa de dibujo o a los encantos de Lola para pasar horas dibujando o tecleando las respuestas más divertidas del desayuno.
Cuando termino de acomodar líneas y teñir figuras con tintas chinas o de deletrear historias a colores con la ayuda de Lola busco donde comer, tal vez visite a mi madre o baje a robarle algún gansito a mi padre, o tal vez simplemente me coma un sándwich y sólo salga a comprar un dulce, el punto es que entre la comida y la cena buscaré la manera de salir a la calle y hablar con la gente que quiero, me gusta preguntar y escuchar de que color va su día, que textura tiene y que tanto ha durado.
Para la cena buscaré la forma de comerme algo en la calle, me gustan los elotitos en vaso, los tacos de las esquinas, las hamburguesas más gringas o los churros más típicos, pero lo que más me gusta es que otras manos preparen mi cena, confesaré que sentirme mimada por alguien que no conozco es un fetiche cotidiano que procuro no excluir de mi día. Finalmente regresaré a mi cuarto y antes de tirarme en la cama me sentarévarias horas al lado de Lola para aclarar, resumir, inventar, deducir o simplemente transcribir las texturas y los colores de mi día.
1 comentario:
Ah! Los extraños domingos, días sin forma, nunca he encotrado una rutina de domingo, siempre vivo algo nuevo..
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