domingo, octubre 23, 2005

Sentirme diminuta I



Después de las primeras treinta horas de viaje desistí de la idea de llevar la cuenta. Cansados, sudados y sobretodo hartos del tedio de los aeropuertos vagábamos por las terminales; en Dallas fue la D en Heatrow fue la 1; Y así entre la D y la 1 perdimos la mayor parte del tiempo.

Nos turnamos para caminar, para cuidar las maletas, para sentirnos menos sucios, menos torpes y menos frustrados; por no poder salir del aeropuerto, por hacer filas para todo, por no hablar inglés como los ingleses, por las precausiones de seguridad, que cada vez son más y mas tediosas, por los salas que no se anuncian en las pantallas, por la visa que podía sacarse en el aeropuerto por una cantidad mucho más módica que la pagamos en la ciudad de origen, bueno que digo pagamos que al final aquí la colada soy yo…

Que si el neceser, que si la bolsita del avión, que si el pasaporte, que si el montón de cosas inutiles que tengo el vicio de cargar cuando viajo, y es que juro que lo intento pero por más que hago el esfuerzo de depurar mis maletas de los “por sis” al final siempre se apoderan de los huecos libres entre la ropa interior y los ajuares. Desde que tengo memoria mi tamaño es tan evident e como el tamaño de mis maletas, por lo que la experiencia de sentirme pequeña se convierte en una curiosidad fascinante, sentirme diminuta es pues la sublimación de esta curiosidad. Entre el frío, la niebla y la lluvia matutina llegamos a la primer mezquita y yo no puedo hacer otra cosa más que sentirme diminuta…

Los turcos nos abordan como si fueramos el último barco en sus muelles. Ansioso nos ofrecen perfumes, pulseras, y manojos de ojos que van desde la transparencia del cristal hasta los tonos más oscuros del azul, nos piden euros, dolares o dinero turco. Ellos piden nosotros seguimos caminando hasta el interior del mercado. La gente avanza y nosotros navegamos con ellos, los turcos nos hablan en todos los idiomas que conocen hasta que reciben respuesta.

Nos ofrecen un té y nos muestran el resto de la mercancía, esta vez no nos soltarán hasta que probemos sus dulces y olisquiemos sus especies. Con un acento tan delicado como los sabores que nos ofrecen nos interrogan sobre nuestro país de origen y repiten nuestras palabras como si conocieran su signficado, después regresan al negocio y repiten “prueba pistache, garabanzo, manzana” pedimos cien gramos y ellos dan trescientos, al final la negociación se queda en doscientos.

El mercado no es muy grande, la variedad de colores es inmensa, las texturas son tan variadas como los sabores y los vendedores se multiplican a cada paso; unos más graciosos, otros más sutiles, más agresivos o más coquetos pero todos hombres. Acostumbrada a los mercados con marchantas y doñitas confieso que la curiosidad de sólo ver “doñitos” de ojos hermosos es una satisfacción que no se puede negar…hermosos es una satisfacción que no se puede negar...

2 comentarios:

Manuel dijo...

¡Envidia de la buena!

Un beso y buen viaje

Divina dijo...

De nuevo aquí chicos, un besote para los tres...