-No llevaré mucho, seguro una sola maleta- Eso fue lo que le dije a mi madre antes de irme de fiesta con Chava. Eran las cuatro de la mañana cuando regresé a casa medio borracha. Terminé la maleta y aquello que no debía ser mucho se convirtió en una gran maleta verde.
Para cuando acabé de empacar faltaban sólo diez minutos para que sonara el despertador, me di un baño y revisé una última vez mi cuarto haciendo un inventario mental de lo que dejé fuera y dentro de la maleta. Media hora después llegó mi padre por nosotras. Salimos de casa; mi madre con un café y yo con mi maletón.
No me acuerdo de que hablamos durante el camino; Seguramente mi padre me preguntó si llevaba la bolsita de los medicamentos, mi madre se habrá reído por la hipocondría de él y en seguida ella habrá preguntado si traía mi pasaporte, yo, como todo adolescente, habré refunfuñado antes de contestarles que todo estaba en la maleta.
No me acuerdo de la línea aérea en la que me fui ni cuanto dinero llevaba, ni siquiera recuerdo que ropa me puse aquél día. Sí recuerdo despedirme de mis padres con emoción, sus semblantes como si fuera la primera vez que me llevaban al Kinder; Una mezcla extraña entre orgullo, miedo y nostalgia. Mi madre, igual que yo, siempre llora, mi padre sólo se enrojece y sonríe. Nos dimos la bendición, nos dijimos adiósy media hora más tarde yo estaba sentada en un avión con destino trasatlántico.
De los vuelos la parte que más me gusta es el despegue, sé que es la parte donde se corren más riesgos, donde la gente se pone más tensa y en la que el silencio es mayor, y eso me encanta. Ese despegue fue mejor que cualquiera de los que tuve antes; En aquél vi por primera vez como se empequeñecía el mundo bajo mis pies, como mis padres me despedían desde abajo y como una parte de mis miedos de infancia se desvanecían dentrodel maletón verde con el que comencé el viaje de mi mayoría de edad.
Anoche me soñé como aquel día, me veía registrando mi maletón verde, subiendo las escalerillas hacia la sala, mostrando mi boleto en la entrada del avión y buscando dentro el asiento 18-A. De nuevo, sentada en la ventanilla de un vuelo trasatlántico, en donde el único asiento de mi fila era el mío. El piloto anunciaba el despegue y yo podía sentir la tensión de todos los pasajeros acumularse sobre mi cabeza, la velocidad se apoderaba de todo y un segundo después el avión comenzaba su ascenso; El verde del suelo desaparecía y las que eran casas se convertían en salpicones de tinta sobre la tierra, las nubes se hacían suelo y los azules simplemente se prolongaban sobre nuestras cabezas. Recuerdo estar consciente de las variantes del sueño, lo que no recuerdo es que fue lo que se esfumó esta vez dentro de mi maleta verde durante el vuelo...
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