Abría los ojos y reconocía mis sábanas y mi edredón, veía mi mesita de noche, la lámpara y la jarra con agua, pero el techo no era el mismo; ahora era mucho más grande, que digo grande, era inmenso y azul. Los ruidos normales de mi calle no estaban; no se escuchaban los autos ni las vecinas gritonas. Me senté sobre la cama y vi que el piso tampoco era el mismo; las horribles losetas habían desaparecido, se habían mezclado con la arena y las olas las cubrían suavemente.
Permanecí quieta, sintiendo el aire tibio y húmedo de la playa, quería bajarme y correr a bañarme pero no podía dejar de contemplarlo; tan azul, tan perfecto.
-¿Cuánto tiempo llevabas despierta?
-No lo sé, pero no importa, podría pasarme la vida despertando así...
-Siempre dijiste que te encantaba el agua... ¿Qué esperas para meterte?
-No lo sé, su perfección me intimida, tengo miedo de perderme dentro y no saber regresar aquí para contemplarlo.
-Nunca has sido cobarde...
-No es cobardía es precaución.
-¿Quieres que vaya contigo?
-No, aun no, quedémonos aquí y déjame verlo un rato más... pero esta vez, déjame verlo en el reflejo de tus ojos para sentir que puedo meterme sin perderme.
3 comentarios:
awww, que gonito :D
El agua, en solitario, causa a veces un miedo en la punta de la nariz, pero si es compartida, refresca el espíritu.
Yo debo vivir cerca del mar, y mantenerme siempre bebiendo agua, a veces creo que puedo secarme.
¡Muchos sueños de estos!
me regalaste 3 minutos de paraiso!!!
amo el mar!!
hermoso!!!
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