martes, octubre 12, 2004

Anécdota de una damita



Pelo castaño y engominado con brillantina, apenas un metro diez de altura, ojos grandes, y una boquita minúscula que decididamente se abrió para pronunciar el fin de su existencia…

-MAMÁ! ESTEBAN NO QUIERE JUGAR CONMIGO!!!!

Lo siento, no pudimos evitarlo, la madre la abuela y yo nos reímos de su desdicha; ella solo pudo replicar y tontear a la madre, la abuela y yo por respeto suprimimos la risa.

La verdad es que hasta ahora no entiendo como se le ocurre al Esteban ese no querer jugar con tan adorable y engominada mujercita, pero así es la vida y todos en la tienda tuvimos que solidarizarnos con el llanto dedicado al ingrato de Esteban.

En la fila, mientras esperaba mi turno para darme gusto pidiendo carnes de todos tipos la banda sonora de un drama de infancia seguía su curso; entre jamones, chorizos y quesos alemanes la damita hacía líquido su abandono.

Recordé mi infancia, la única diferencia era mi pelo, el mío era rizado y siempre despeinado por voluntad propia, ¿cuántas veces habría yo llorado por un ingrato que no sucumbiera a mis lúdicos encantos?, o mejor aun… ¿cuántas veces habré sido yo la inspiración del llanto de algún Esteban que no fue capaz de seducirme para jugar con él?

1/4 de Jamón york
1/4 de queso en rebanadas

La abuela sigue pidiendo probaditas de esto y de lo otro, la madre sigue con su lista, yo sigo esperando y la niña ha olvidado su decepción remplazando a Esteban con una bolsa de plástico que ha decidido convertir en globo, la infla y la desinfla reciclando su propio aire, ahora Esteban quiere jugar con ella y con el globo, ella recuerda el deseo y juega emocionada…

100 gr., de jamón serrano, 200 de salami, 300 de selva negra y…

BOOOOOOOM!

Clientes y dependientas suspendemos las labores cardiacas por un segundo, ocho pares de ojos acosan a la damita que orgullosa de su hazaña sólo sonríe; una bolsa y su aliento han sido capaces de hacer que ocho personas olvidemos que era lo siguiente en la lista.

Hermoso placer el de sorprender, más aun cuando el asombro es intempestivo y capaz de convertir una emoción en un arma para los sentidos.

La posibilidad de transformar la nada plastificada con la única finalidad de exaltar nuestra percepción es irremediablemente seductora, ¿quién no siente placer de tener en las manos un pedazo de plástico burbuja en un momento de suculento ocio?, ¿quién ve un globo en el piso y pasa de largo sin intentar exterminarlo? ¿Quién es capaz de permanecer incólume ante el espíritu conquistador del ocio?

Al menos puedo atreverme a asegurar que los niños y algunos adultos somos víctimas de tal devoción y en el desafortunado caso de que algún Esteban se niegue a sucumbir ante nuestras armas lúdicas siempre nos quedará el placer del asombro como calmante de la decepción.


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